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Las imágenes del día: 5 de marzo de 2024
“Por favor, dejen claro al mundo que quien se está volcando en ayudar a los refugiados ucranianos es el pueblo polaco, no nuestro gobierno”.
Lo advierte Justyna, propietaria de una food track que ha dejado de vender comida en Polonia para venir con su furgoneta a Dorohusk, en la frontera con Ucrania.
La situación en este enclave es crítica. No dejan de llegar coches y autocares desde diversos puntos de Ucrania. Según la ONU, casi medio millón de ucranianos han abandonado su país en los últimos días escapando de la guerra. La mayor parte de ellos acaban llegando a este pueblo fronterizo de poco más de 500 habitantes.
En la frontera, varios puestos de ayuda humanitaria. Lo más demandado es comida, pero también artículos de primera necesidad como pañales, compresas u ositos de peluche. “Esto es porque la mayoría son mujeres y niños. Intentamos que los pequeños no se enteren de lo que está pasando”, resume Anna, la copropietaria de la food truck que reparte gratis café, sándwiches y salchichas.
“A los hombres no les dejan salir. Algunos intentaron colarse en los autocares, pero los militares ucranianos los sacaron a empujones, porque los varones menores de 60 años tienen prohibido salir”, lamenta Nadia, ucraniana de 30 años con una niña de 6 y un marido en la guerra del que no sabe nada desde hace dos días. “Su teléfono no funciona”, resume llorando mientras su hija, ajena a todo, elige uno de los ositos de peluche que los polacos han donado.
“Todos sabemos por aquí cómo son los rusos. Por eso venimos a ayudar. Pero dejad claro, por favor, que esto lo está haciendo el pueblo polaco. Del gobierno no sabemos nada”
El clima parece dar tregua. La temperatura es de 3 grados bajo cero, pero luce el sol y no está nevando. “Esto puede cambiar pronto. Si empieza a nevar habrá más problemas”, señala Pawel, un electricista de Lublin (a 100 kilómetros de Dorohusk) que también ha dejado estos días su trabajo para venir a ayudar.
Los ucranianos son conducidos a un viejo palacete del pueblo de Dorohusk, que hasta la fecha era utilizado para realizar actos culturales y que ahora se ha convertido en un improvisado campo de refugiados. Un lugar que se encuentra al borde del colapso. Mientras, los autocares no dejan de llegar a la frontera y las autoridades polacas temen que la situación se desborde.
Los voluntarios polacos, entre tanto, siguen llegando a la frontera, abandonando sus casas y sus puestos de trabajo. “Todos sabemos por aquí cómo son los rusos. Por eso venimos a ayudar. Pero dejad claro, por favor, que esto lo está haciendo el pueblo polaco. Del gobierno no sabemos nada”, concluye Justina.
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